Tras una interesante visita al Monastir de Poblet buscamos un lugar para degustar una comida casolana y acertamos de lleno. El comedor ocupa una parte de un pequeño hotel que transmite tranquilidad (seguro que vale la pena pernoctar en él) y está cuidado con esmero hasta el último detalle. El personal muy amable y atento. Y la cocina simplemente deliciosa. Unos caracoles dulces y picantes, receta de la abuela, muy especiales. Corazones de alcachofas con picadita de jamón riquísimos, pues de porc deliciosos y un conejo gratinado absolutamente sublime. No es un lugar barato pero lo bueno a veces hay que pagarlo. 120€ dos primeros, tres segundos, postre, café y una botella de vino. Pero los he pagado encantado. Ahora solo me han dado ganas de volver al hotel en otoño a disfrutar de paseos por la cercana montaña. Lo haré.